viernes, 03 de julio de 2015
Lleva tres años en el programa Convivencia y Paz de Coldeportes
Prensa Coldeportes
La vocación es necesaria para emprender cualquier actividad de la vida. Sobre todo si se quiere hacerla lo mejor posible. Se puede nacer con ella o descubrirla por alguna circunstancia. Al margen de cómo la encuentra cada quien, muchas veces somete a pruebas. Juan Manuel Jaramillo no ha sido ajeno.
"Estando en un municipio chocoano, se me acercó una persona de un grupo armado. Sabía quién era yo y que promovía el deporte. "Apoyamos que se hagan esas actividades deportivas porque mantienen a los jóvenes ocupados y alejados del vicio. Si yo hubiera tenido esa oportunidad, hoy no andaría en estas", me confesó y de una me pidió un balón para poder jugar con sus compañeros, petición a la que me negué de la manera más diplomática posible", recuerda con algo de nostalgia este politólogo que hace tres años dejó su natal Medellín para entregarse por completo a comunidades muy necesitadas.
Aunque confiesa que el temor lo invadió, esa situación en particular le confirmó su aptitud por completo. "Entendí que el poder de una pelota siempre será superior al de un arma, por lo que me enamoré aún más del Convivencia y Paz", asegura el gestor regional del programa de Coldeportes en la Guajira.
Cumple tres años en esta labor, aunque arrancó primero en suelo chocoano, donde estuvo la mitad de este tiempo. El deporte, como herramienta de inclusión y de construcción de paz, le permitió llegar a las cabeceras de Carmen del Darién, Riosucio, Unguía, Juradó, Medio Atrato (Beté) y Acandí, a los corregimientos Bebaramá Llano (Medio Atrato), Domingodó (Carmen del Darién) y Belén de Bajirá, así como a las zonas humanitarias de Urada, Pueblo Nuevo y Nueva Esperanza, en la cuenca del río Jiguamiandó.
Para Juan Manuel, Convivencia y Paz le enseñó algo que ni en el colegio ni la Universidad Eafit había valorado: "La actividad deportiva rompe cualquier frontera, por invisible que sea. Al promoverla, accedí a lugares en los que con otros programas no hubiese podido jamás". Y la recompensa luego de travesías de horas y hasta días por el río Atrato resultó inconmesurable: "ver la alegría y el cariño de los beneficiarios al recibirlo a uno es algo que no se olvida".
En 2014 cambió las selvas, lluvias y ríos del Chocó por los cactus, la arena y la sequía de La Guajira. Polos opuestos en materia de biodiversidad y clima, aunque con grandes similitudes sociales: la calidez de las personas, la riqueza cultural y natural, las necesidades insatisfechas y la pobreza en varias zonas producto de la corrupción y hasta la ilegalidad.
"Fue un cambio brusco por las diferencias, pero matizado por el bálsamo familiar", destaca Jaramillo, quien ya no tuvo a la soledad de compañera como en esa primera experiencia en el programa. A Riohacha llegó con su esposa Eliana Borrero y Juan Manuel, el fruto de ese amor que nació en la capital antioqueña.
En La Guajira, Convivencia y Paz hace presencia en seis municipios, donde se han instalado ya siete territorios, lugares específicos de alta problemática social. El gestor los visita mínimo dos veces al mes, por lo que se desplaza permanentemente a Uribia, donde hay dos grupos, Manaure, Maicao, Fonseca, Urumita y Riohacha.
Son 350 niños que se benefician del programa que también apoya la Cancillería, pero Juan Manuel cree y quiere que sean miles. "El sueño es multiplicarlo por toda la geografía nacional. Acá en el departamento, por ejemplo, la intención es reactivarlo en los corregimientos de Mingueo, Palomino y Conejo para el próximo año", reconoce el también cofundador de la Corporación Ambiental Makú en Medellín y que trabajó con Naciones Unidas y la Oficina de Paz de la Gobernación de Antioquia.
Cada visita que hace lo reconforta, pero una actividad en particular le conmueve: la minga, jornada de integración comunitaria que se realiza con el objetivo de mejorar el espacio físico en el que se desarrolla el programa, ya sea la cancha como tal o el lugar donde se desarrollan las actividades lúdicas.
También se prepara una comida colectiva que cocinan las madres de los niños o en algunos casos los mismos beneficiarios. La finalidad va más allá de lo estético. La intención es que haya una apropiación del área intervenido por parte de la comunidad, que la va a sentir más suyo y por consiguiente, la cuidará con mayor empeño.
Este sábado será la minga en Maicao. Se pintarán los arcos de la cancha ‘Los ídolos’, además de instalar canecas metálicas de basura alrededor del campo para mantenerlo limpio. Juan Manuel prometió llegar a las 9 de la mañana con los materiales. Los niños aguardan ansiosos su presencia. Saben que cumple con lo que les promete. Probará el sancocho y luego jugará al fútbol con ellos. Correrá detrás del balón, ese que no le pudo regalar a aquel actor del conflicto en Chocó, pero con el que está ayudando a salvar vidas en La Guajira.
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